“Y si un día nos volvemos a encontrar, finjamos que no pasó nada… a ver si vuelve a pasar” – desconocido.
Ni siquiera se dijeron adiós. No se dieron un último abrazo ni se robaron ese último beso. Se miraron en silencio. Un silencio roto por los sollozos temblorosos y las palabras entrecortadas que se dedicaban; sólo las lágrimas conseguían escapar libremente.
Caminaron mecánicamente, tratando de qué con el movimiento de sus pasos, sus manos equidistantes se rozaran una vez más; como si el tacto pudiese cambiar el sentido de su decisión.
Cuando llegaron a la linde del camino, donde el parque se transformaba en asfalto, se separaron. Ella eligió el camino de la izquierda. Él, el de la derecha. Pero se olvidaron de algo; el mundo es redondo y todos los caminos pueden acabar en un mismo punto.
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Tras un año de lo más intenso, había llegado el momento de empacarlo todo. Estaba decidido a hacerlo, llevaba demasiado tiempo dándole vueltas. Era ese momento de “ahora o nunca” y por fin había elegido el ahora. Se echó la mochila a un hombro, dio un último vistazo a su apartamento y cerró la puerta de un solo golpe. No merecía la pena cerrar con llave para lo poco que quedaba ya dentro. Lo único que necesitaba lo llevaba consigo.
De camino al aeropuerto, las imágenes de su vida se agolpaban en su mente, sobreponiéndose, unas con otras. Dicen que eso sólo pasa cuando uno está a punto de morir, pero cuando das por muerta una parte de tu vida, igual sucede lo mismo -pensó-. Estaba a punto de dejarlo todo atrás, pero una de esas imágenes rezumaba en su cabeza, colándose entre todos sus recuerdos. La decisión estaba tomada, sólo se arrepentía de perder la oportunidad de volver a tropezar con ella. Habían pasado demasiados años para recordar aquella escena de manera tan vívida, pero era casi como si al alargar la mano pudiese llegar a rozar la suya. Era algo que también iba a dejar atrás, aunque le apesadumbrara más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
Se dirigió a la puerta de embarque, dejando atrás la nostalgia y decidido a emprender ese nuevo camino. Tenía 6 meses por delante para disfrutar del mundo y reencontrarse a sí mismo. Cogió el móvil, hizo una foto a la pantalla que anticipaba su próximo destino y la envió a sus amigos a modo de despedida, sin ninguna frase añadida -nunca se le dieron demasiado bien las palabras, pero no le hacían falta para demostrar lo que siempre pensaba-. Tenía toda su ilusión hacinada en una sola mano; un billete de ida y su pasaporte. Era un sueño compartido, aunque al final lo fuese a realizar solo; su vuelta al mundo, empezando por el país más alejado, porque según la teoría de Paula, había que alejarse, divergir, aislarse, para poder reencontrarse, converger y aprender a ser parte de un todo.
Localizó su asiento, deslizó la mochila en el compartimento superior y se dejó caer, abrumado por las emociones de ese día, mientras observaba el traqueteo de maletas y de gente que se amontonaba en el pasillo del avión. Parecían felices, debían de tener sus motivos -reflexionó, atendiendo a que su viaje no era un capricho, si no más bien un designio de su propio destino-.
El cansancio acumulado de los últimos días estaba a punto de ganarle la partida y notaba los párpados demasiado pesados. Así que se acomodó en el respaldo y se reclinó sobre el mismo. Mientras buscaba la postura para poder dormir al menos 6 horas del tirón, en ese estado de duermevela en el que cuesta distinguir las imágenes reales de las ensoñaciones, la vio.
El avión aterrizó según la hora prevista.
¡Bienvenido a la otra punta del mundo, Alex! ¡Empieza la aventura! -se dijo para sus adentros, sin excesivo convencimiento-. Hizo de tripas, corazón, desembarcó y se dirigió a la zona de salidas.
Antes de salir a la nueva jungla de asfalto, mucho más caótica que la que conocía, decidió encender el móvil. No le extraño ver la luz parpadeante del indicador de los mensajes entrantes, al fin y al cabo, había enviado un último mensaje antes de emprender el vuelo. Deslizó el dedo por la pantalla, y leyó brevemente la cabecera de los mensajes:
¡Mucha suerte en este nuevo viaje, te esperamos de vuelta pronto!
¡Espero que encuentres lo que andas buscando y que cuando vuelvas pagues todas las rondas de cañas que te vas a perder, cabrón!
¡Si no puedas con todas, envíame alguna! Disfruta del viajeeeeee
Soltó una carcajada al leer el último mensaje, hay cosas que nunca cambian por muy lejos que se esté de casa. Los echaría de menos.
Siguió releyendo las cabeceras de los mensajes, hasta llegar a uno que llamó su atención y que no tenía identificado con ningún nombre, aunque aquel número le era familiar.
– Si no quieres echar la vista atrás, sólo girate un momento – rezaba el mensaje-.
No sabía que hacer exactamente, así que estiró el cuello, buscando con la mirada sin saber exactamente el qué o a quién.
De repente la vio frente a él. Había pasado mucho tiempo y, en cambio, todavía le producía esa extraña mezcla de miedo y locura.
Los separaban unos metros de distancia, que ahora mismo se hacían indispensables para no estrecharla entre sus brazos, sin mediar ni tan siquiera una palabra. Por unos instantes, dejó el raciocinio a un lado y se dejó llevar por la nostalgia y el recuerdo.
Mientras él la miraba ensimismada, a Paula se le aceleraba el corazón mientras el tiempo, por contra, se le agotaba. Sonrió al recordar lo mucho que le gustaba su sonrisa, su pelo alborotado y esa manera de mirarla que la dejaba al desnudo y desprotegida, pero cuando él se acercó, la desconfianza que quedaba se fue difuminando entre las sombras de un pasado que parecía estar más presente que nunca.
La situación se le fue de las manos en cuanto sintió el roce de sus manos sobre las suyas. Se dejó llevar entre sus brazos, apoyó la cabeza en su hombro, con los ojos cerrados, evocando instantes a los que les había perdido el rastro.
Ni siquiera intentó persuadirlo cuando él se acercó peligrosamente hasta sus labios…
La cogió de la mano y la sacó del aturullado aeropuerto. Necesitaba un momento para recomponerse, pero sabía que la vida no regala oportunidades ilimitadas – aunque quizás a él le había concedido alguna más que al resto-.
Era la primera vez que se encontraban después de tantos años, en la otra punta del mundo, seguidos solos por la fiel compañía de sus mochilas. No acaban de entender que sucedía, ¿la vida les estaba dando una nueva oportunidad? ¿O simplemente les estaba concediendo un escenario privilegiado para reescribir ese desenlace que nunca fue suyo?
Pasara lo que pasara mañana, esa noche les pertenecía. Y entre todas las preguntas y respuestas que se concedieron entre las sábanas, desde el crepúsculo hasta el alba se escapó entre susurros un…
¿Y si… nos volviéramos a enamorar?
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