Miércoles 30.08.2017. Between surf and blondies.
Estoy muerta de sueño. Son las 08:45h y hace ya un rato que estoy despierta. Me ha dado tiempo de desayunar y de casi arrepentirme de lo que estoy a punto de hacer, pero el espíritu de superación -conocido en ocasiones como locura, a secas- me puede y necesito saber que se siente cuando se consigue cabalgar una ola, o bien, rebozarse en ella.
Marc me recoge, puntualmente, en la puerta del Bristol Sunset Beach y ponemos rumbo al surfryders hostel a recoger al resto de la troop.
Estoy a la expectativa -vale, más bien acojonada-. Tras las presentaciones oportunas con todo el grupo: Dani, Ale, Alex, Ben, Andrea y yo, ponemos rumbo a Punta Blanca (“El Cotillo”) para la que va a ser la primera clase de surf de mi vida. El día está nublado, pero el ambiente en el interior de la VK Van no hace más que animarse. Marc no deja de hablar y de hacer preguntas -está encantado con que su nueva alumna sea de Barcelona-. Somos 7 personas encerradas en un vehículo, en el que se están hablando 5 idiomas simultáneamente: catalán, castellano, inglés, italiano y alemán. Casi cuesta oír a Coldplay de fondo.
Las palabras vuelan y cuando aparcamos la furgoneta ya conozco la mayoría de sus historias. Sí, porque todos las tenemos. Alex y Dani son dos hermanas encantadoras, alemanas, de 20 y 21 años que están de vacaciones con su tía. Andrea es un chico italiano que ha venido con 5 amigos a Corralejo, pero es el único de ellos que ha decidido apuntarse a la escuela de surf –no tengo claro que es lo que hace el resto-. Ale, Ben y yo nos parecemos bastante. Los 3 hemos venido solos. Necesitábamos pensar, alejados de nuestro mundo acelerado sobre el asfalto de las grandes ciudades. Ale es italiana, bueno más bien boloñesa, como la salsa -y es que está hecha de otra pasta-. Dice que tiene 42 años pero, sinceramente, cualquiera le echaría 20 menos sin problema. Ben es austríaco, pero vive en Barcelona desde hace años. Es el blondie auténtico del grupo -como dice él, porque los trainners son morenos desgastados por el sol- y el experto musical por defecto profesional.
Nos enfundamos los neoprenos, cogemos las tablas y las arrastramos por el larguísimo camino de tierra que parece interminable. Tras una explicación básica, se lanzan todos al agua, pero veo que les cuesta atravesar la primera barrera de olas -desde donde yo estoy, no parecen tan grandes-. Marc se queda unos minutos más conmigo, para explicarme como debo levantarme sobre la tabla. Lo pruebo una y otra vez con la tabla estirada sobre la arena. Ok, creo que lo tengo. Mirar hacia atrás y empezar a remar lento cuando la ola todavía se encuentra lejos. Acelerar el ritmo de las brazadas cuando la ola está a punto de alcanzarte y levantar el cuerpo -como en una flexión bien hecha es decir, levantando también el culo, le pese a quien le pese- siempre con la mirada fija en un punto del horizonte, para poder ponerse de pie de “un salto”, manteniendo el cuerpo ladeado, con un pie detrás y el otro delante, las piernas flexionadas en medio de la tabla y sin soltar las manos de la misma hasta que los pies estén bien colocados. Y, por supuesto, nada de poner un brazo delante y otro detrás como si se tratase de un funambulista de agua salada. Los dos brazos hacia adelante para mantener el equilibrio y no frenar la tabla.
¡Ostiaaaaaaaa XXXX! No puedo ni entrar en el agua, la fuerza de la corriente me tumba una y otra vez. La tabla ni la veo, pero noto como tira de mi pie derecho. ¡Pammmm! Aterriza sobre mi cabeza. Tras la novatada y el primer revolcón marítimo de la temporada, noto que unos brazos tiran de mí y me adentran en el mar. Es Marc. Me sonríe entre las bocanadas de agua que estamos tragando, mientras me dice:
– Diana, no pateixis, avui et poses dreta a la taula segur!. No se lo cree ni él -pienso-. No me mantengo de pie en el agua, sin tabla, como para mantenerme sobre ella. ¡Está de coña!
Tras lo que me parece que son horas y horas batallando con las olas, empiezo a temer por la extinción del Atlántico. Creo que toda el agua que contiene la estoy acumulando en mi estómago.
Marc me coge la tabla por detrás. Me estiro en el final de la misma, con mis pies flexionados -hasta donde puedo- rozando con los dedos el extremo trasero de la tabla.
– Comença a remar! -me grita-. Sigo sus instrucciones al pie de la letra, pero no tengo claro si me mueven mis brazadas o las corrientes salvajes de las aguas de Punta Blanca.
– Vinga Diana, aixeca el cos i posa els peus com hem dit!. No tengo ni idea de cómo iban los pies, las manos ni eso de mirar a un punto. Lo veo todo borroso porque mis ojos están ciegos de sal. Así que sin ver absolutamente nada, estiro los brazos sobre la tabla para levantar todo el cuerpo y, mecánicamente, piso fuerte con el pie derecho, mientras salto el izquierdo hacia adelante. ¡No me lo creo! Estoy de pie sobre la tabla y no me he caído. Consigo llegar casi hasta a la orilla, de pie, sobre mi tabla amarilla. Marc me grita algo desde el agua, pero mis oídos se han taponado y no escucho ni el estruendo de las olas en la rompiente. Lanzo la tabla sobre la arena, me giro y veo que Marc viene corriendo hacia a mí. Estoy exultante de felicidad. Me fundo en un abrazo y me vuelvo loca dando saltos. ¡Mi primera ola!
Y así seguimos, durante 3h. Muchas caídas. Excesivos golpes. Pero las pocas satisfacciones se engrandecen tanto que aligeran los hematomas y las rascadas que me cubren todo el cuerpo.
Estoy exhausta. Jamás en mi vida me he sentido tan agotada -me pregunto si existe la muerte por agotamiento extremo-. Me duelen los antebrazos, los hombros, la espalda y el culo. Esto último mucho, porque la última caída ha sido en la orilla y mi nalga izquierda ha amortiguado el golpetazo del cuerpo entero. ¡Zasca! Y toda la tabla en la cara.
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Acelero. Si no, no llegaremos a ver el atardecer en “El Cotillo”. He llamado hace un rato para reservar el restaurante que me ha dicho Ale. Así que después de una merecida siesta en Flag Beach, me he puesto las pilas con una buena ducha de agua helada y he pasado a recoger a Ben y a Ale. Cualquiera diría que nos hemos conocido esta mañana.
Voy siguiendo las instrucciones del GPS, pero oigo de fondo indicaciones en italiano e inglés. Oh mio dio, che casino! Ahahaha.
Llegamos justo para ver como el sol se pone, pero las nubes solo nos permiten disfrutar de los colores del cielo, y no de la visión completa de un atardecer de ensueño. No me importa, disfruto del espectáculo con mi copa de “Sex on the beach” en la mano.
Nos reímos como niños que acaban de acometer sus travesuras. Intercambiamos platos, entre tentáculos de pulpo, spaghetti frutti di mare -es decir, acompañados de toda la fauna animal marina, juraría que no se han dejado ninguno-, y la “lasagna vera” -el único plato que desaparece de la mesa de manera fulminante-.
Tras la cena comenzamos el viaje de vuelta. Izquierda. Sigue recto. Turn to the right. Gira a 500m a destra e prendi Av. De los Lagos. Cazzo. Ci siamo persi in un paesino dove non abitano più di 100 persone e che ha due strade al massimo.
Diventiamo pazzi. Le risate esplodono in macchina. Non ce la faccio a guidare. Devo parare un attimo…
– ¡Pizzeria Marameo! Ésa es nuestra referencia. Hay que girar en el stop, a la izquierda – nos indica Ale, convencida de sus palabras-
Media hora después, llegamos a Corralejo, sanos y a salvo.
Jueves 31.08.2017. Killer waves
Me despierto tarde y, como la clase de surf es por la tarde, aprovecho para dar una vuelta y conocer Corralejo. Está repleto de tiendas y restaurantes por todos lados. Pero a estas horas, hay poca gente en sus calles. Deben estar en sus cursos de Kite o Surf – pienso-.
Me acerco a la playa de al lado del Waikiki, solo para refrescarme un poco y vuelvo al apartamento a preparar mi mochila para la clase de esta tarde.
Me pasan a buscar a las 14:15h. Pero esta vez no es Marc, es un chico que me habla en italiano, pero no tengo claro que sea originario de allí. Bueno, de hecho, estoy segura de que no es italiano, pero soy incapaz de retener su nombre -me suena a “u liotru”, pero eso es elefante en siciliano-.
Vamos directos a la Protest Surf School, donde nos espera la troop. Cogemos los neoprenos, las tablas, las licras y el resto del material y nos vamos hacia las dunas de Corralejo. Parece que hoy las olas están allí.
Tras un interminable camino, cargando con la tabla sobre la cabeza -porque mi brazo no me da para llevarla debajo del mismo- la lanzo en la orilla. Hemos caminado durante 20 minutos, cargando con la mochila la tabla y el neopreno. Estamos agotados.
Ola viene y ola va. Consigo ponerme de pie, pero me resbalo en todas las ocasiones. No consigo aguantar sobre la tabla más de segundo y medio.
Las olas se ceban conmigo. No sé si estoy boca arriba o boca abajo. Solo sé que estoy bajo el agua y necesito salir a la superficie para respirar. Me ahogo.
Estoy helada y mis pies no dan más de sí. La clase ha terminado y no ha sido un buen día para mí. Las olas eran imposibles y yo estaba agotada antes de empezar. En mi cabeza solo oigo el “rema, rema, rema” de u liotru.
Acabamos el día los 3, como no podía ser de otra manera, entre mojitos y caipirinhas.
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