“Probando el pecado, saboreando la penitencia” – anónimo.
Nuestra misión es la de experimentar los caminos, evaluar las opciones y, finalmente, realizar la que creemos es -siempre- la mejor elección.
Elección que casi siempre es inducida por los valores que nos han inculcado, por las experiencias vividas -especialmente las crudas, que las cocidas ya vienen esterilizadas- y los vuelcos, los del corazón y los de cambio de tercio. Sacudidas de la vida que, a veces, acelera de 0 a 100 en 3 segundos y otras, nos frena en seco. Movimientos inesperados que dejan, tras ese tira y afloja, marcas que tardan en borrarse o que permanecen, para siempre, tatuadas sobre la fina capa de piel que nos protege. Y ese es nuestro principal problema. La piel se araña fácilmente, pero no siempre se pueden traspasar todas las capas bajo la misma.
Existen múltiples estratos entre la dermis y la coraza interna. Recubrimientos que ahogan la voluntad propia, atendiendo a morales ajenas que anulan las creencias y la personalidad propia -me anticipo el perdón de quien pueda sentirse ofendido por carecer de ella-.
Moralinas compuestas de reproches que carecen -la gran mayoría de ellas- de fundamento alguno. Sólo pretenden castigar comportamientos que, a ojos de quien juzga, son reprochables por contener connotaciones que incitan seguir el camino de una vida de moral distraída.
Algunas personas no se permiten caer en la tentación, mientras otras huyen de ella despacio, para que pueda darles alcance. Pocas son, todavía, las que aceptan las consecuencias de sus decisiones, menos aún de aquellas con connotaciones pecaminosas.
A veces olvidamos que los pecados no son delitos -al menos, no lo son todos-, sino la consecuencia de nuestras propias elecciones, de las que se tambalean en el limbo, entre el límite del bien y del mal, o eso es lo que nos han dicho siempre.
Noches de verano nostálgicas que traen consigo el olor a recuerdos, abrazos del pasado y tantas palabras hilvanadas entre suspiros que invitan a acometer uno de los siete pecados capitales; los mismos que promueven y animan siempre, a saltarse las reglas del juego. Todos los acometen, y pocos son los que los reconocen, o quizás es que no saben la diferencia entre sentir, provocar, disfrutar…
Si tocas su piel, puede que solo te deleite con una mueca.
Si la rozas, contemplarás como se eriza el vello de su cuerpo.
Si la arañas, necesitarás nuevos sentidos que te permitan escuchar las reacciones que causas en las primeras capas de su coraza.
Si la acaricias, rozarás algo más allá de la piel que ven tus ojos.
Si la pellizcas, encarnarás la zona y las mejillas cuando eleve su mirada, convertida ya en cómplice de tu juego.
Si la golpeas, con suerte derramará lágrimas y para disgusto tuyo y orgullo mío, te lo devolverá engrandecido. Y si no es capaz de hacerlo, ya lo hará la vida a su debido tiempo.
Pero si abrazas su piel, entonces, estás ya perdido…
“Los pecados no se cometen, los pecados… se disfrutan” – #piccoliattimi
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