«Ten cuidado con algunas personas; hoy te abrazan y mañana te empujan»- #loquenuncatedije
«La omisión es el aroma de la mentira» – Anónimo
Querer que las cosas salgan de una determinada manera, y ver como el esfuerzo invertido para conseguirlas se desmorona cual castillo de naipes, es una de las cosas más frustrantes que existen. Una cosa es que no consigas alcanzar la cima y otra muy distinta, que aparezca alguien que se empeñe en empujarlo hasta hacer caer las cartas. Suelen ser los mismos para los que estás dispuesto arrimar el hombro en sus momentos de reconstrucción, pero ellos solo aparecen para hacer los trabajos de demolición.
Quizás va siendo hora de barrerlos del tapete; que todavía te deben las gracias y el mérito de su torre y tú, todavía andas buscando los restos de tus cartas polvorientas bajo el sofá.
Tal vez sea hora de cambiar de juego. Probemos con algo más aleatorio, ¿qué tal una timba de póquer? Así seguro que dejas de esperar que todo ocurra, y te adaptas a las cartas que te van tocando. Y si algún iluminado vuelve a rozarte la piel, te pones tus gafas de sol e incrementas el factor de protección -un buen repelente de bichos tampoco te vendría mal-. Y le dices -ya de paso-, que cualquiera es capaz de erizarte el vello, pero que alma son muy pocos los que han conseguido traspasártela. No olvides cambiarte el apósito, para que la herida de la última flecha no se infecte, aunque el veneno ya no pueda pararlo nadie…
No te mortifiques con lo que fue, lo que es y lo que pudo haber sido. Dejaste de ser esclava de tus anhelos cuando tuviste el valor de transmitir lo que pensabas. Y si él no está a tu lado hoy, déjalo ir mañana, porque no es merecedor de tu desvelo.
Aunque algo de razón tenías cuando dijiste que habías sido demasiado sincera, y no creo que sea por verte expuesta, desnuda o desprovista de tus emociones, que ahora moran en manos ajenas.
¿Es posible que el problema radique en la cantidad? ¿Cuánta verdad hay que contar? ¿Cuál es la fórmula matemática o el % que nos indica el volumen de sinceridad que debemos contar y la que estamos dispuesta a escuchar?
La respuesta se encuentra en el número áureo -φ-, el más irracional entre los algebraicos y, pese a ello, se revela con ciertos aires divinos, aunque para ello, a veces, necesite de la ayuda de una sucesión distinta. Entre áureo y Fibonacci ordenaron el mundo y lo dotaron de medidas y de proporciones exactas. Da Pisa no tuvo tiempo de ahondar en los juegos, pero sí en su teoría.
¡Qué ingenuos somos a veces! Especialmente los que promulgan y cumplen con su valor de transparencia -dentro de su propia escala-, ese de “ir con la verdad por delante”. Los mismos que, aunque se protegen tras una coraza, se ablandan y endurecen a base de verdades -según el caso-.
«Ya te llamaré»; «A ver si hablamos más a menudo»… Siempre hay alguien que tira de la cuerda, que acerca posiciones, que mantiene la subsistencia de los dos lados. Pero, ¿qué pasaría si ese alguien se tomase unas vacaciones no previstas? ¿o si decidiese dar de baja su capacidad de iniciativa? Imaginad que pasaría si simplemente se cansara de participar en un juego con un solo jugador pero con múltiples fichas.
El paradigma de “dar sin esperar nada a cambio” dejémoslo exclusivamente vigente para el ámbito más altruista porque para el resto de los aspectos de la vida, nadie actúa como una ONG, todos nos movemos por intereses propios.
Los hay que no se conforman con los propios y se aprovechan de la sinceridad ajena, coleccionándola junto a su oscuro pozo de opacidad.
Ya no se pilla antes a un mentiroso qué a un cojo, porque entre tantas verdades a medias, el que canta como una almeja es el que deja traslucir demasiada información. He aquí la evidencia empírica de que “la información es poder”, así que mejor lo cauto que lo valeroso en este caso.
La confianza facilita la transmisión de información, pero también la exige de vuelta -ese concepto de reciprocidad que ni los altruistas ni los egoístas conocen-. Cuando en ese flujo se interponen los silencios, las mentiras o la simple omisión de la verdad, el castillo se derrumba; y no hay princesa en lo alto de la torre que sobreviva a una caída así, por lo que la hostia suele ser épica.
Siguen existiendo seres cristalinos que traslucen verdades. Seres que conviven con otros que no son merecedores de sus pensamientos y, mucho menos, de sus secretos. Todos tenemos los nuestros y sólo los compartimos con aquellos que creemos dignos de conocerlos, algunas veces. Otras, esperamos que sean ellos los que tiren del hilo, de esa palabra, de esa mueca, de ese gesto, de lo poco o mucho que nos conocen para saber que tenemos uno que necesitamos confiarles.
Queremos y exigimos sinceridad absoluta, pero tenemos derecho a no desvelarlo todo. Igual que no salimos desnudos a la calle, no tenemos porque exponernos ante los demás. Aunque hay quienes así lo exigen -los que piden pero no dan-. ¡Que aburrido sería el mundo si vomitáramos al mundo quienes somos! Es mucho más excitante que nos vayan conociendo poco a poco y que los hechos acaben superando a las palabras. El conocimiento se cimienta con la cercanía y la confianza, en entablar una relación única con cada persona, complicidad, cariño y seguridad. Ingredientes indispensables para poder compartir verdades, secretos y revelar las mentiras que necesitamos sacarnos de encima.
Así que deja de soplarle a mi castillo, si quieres que te lo cuente, primero tendrás que estar dispuesto a escucharme.
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