«Tormenta ligera busca viento huracanado que haga temblar cimientos» – #piccoliattimi
Odio la parsimonia, las palabras renqueantes, las ideas indefinidas… y aunque el barómetro de mi impaciencia se ha ido equilibrando, liberando bares para reducir presiones innecesarias, soy como soy: impulsiva, apasionada, vibrante, de prontos pero sin contras, cargante, contenida o desatada, dependiendo del paisaje y de la escena. Unas veces de alto voltaje y otras de huella cálida y suave. Porque unas veces soy rayo y, otras veces, soy esa última gota de lluvia del rocío de las mañanas más frías.
Por lo general, soy tormenta, de esas que se forman en 10 minutos y descargan toda su potencia, sobre tierra firme o en mar abierto. Soy de las sinceras, aunque llego sin avisar –algunos son capaces de predecir mi llegada, pero por lo general primero les calo y luego alzan la vista para conocerme, o no. Los hay que solo se cubren y cierran los ojos hasta que me disipo-. Sincera porque no me escondo tras nubes grises. Nubes que precipitan chispas finas. Ese sirimiri que confías en que no moja pero con el que acabas escurriéndote hasta las lágrimas, porque sobre el rostro confluyen torrentes de procedencia diversa, dulce y salada. Grises. Para ellos las decisiones son más fáciles, porque solo hay blanco o negro. Bueno o malo. Igual o diferente. Fácil o difícil. Por eso les dejamos el calabobos y, los demás, nos quedamos con los chutes fuertes de adrenalina. Con los vuelcos de corazón a base de escuchar truenos ensordecedores. Y no, no es el miedo el que guía esa sensación, es la sangre en punto de ebullición. Es emoción.
Soy calma aparente hasta que las que me preceden me dejan paso y, es entonces, cuando me desato. Son ellas las que siempre me acompañan y las que mejor me conocen. Pero soy imprevisible, porque las pautas están hechas para los fenómenos calmados, los de o sol o nublado, los de heladas o días tórridos, los de ni fu ni fa, los de salir o los de quedarse, los de sofá, peli y manta y los de disfrutar al aire libre. Pero yo no sigo las reglas, ni el tiempo previsto. Me gusta sorprender, prefiero no esperar nada y surgir espontáneamente, porque la imprevista suele ser la mejor llegada. Sin aviso. Desordeno el mundo, practico el caos. Unos me aman, otros me odian. Y otros, simplemente, me temen. Pero cuando llegue mi momento y me disipe, al menos sabré que no he dejado a nadie indiferente. Creo opinión o soy foco de discusión. Llámalo X.
Por mis células corren torrentes de agua con temperaturas y polos diferentes. A veces me templo, y otras me dejo arrastrar por las cargas opuestas. A veces repelo y otras atraigo. Unas veces cargo hasta pilas y otras sólo caldeo ambientes, a base de estruendos y destellos. Me dedico a mortificar grises. Y hasta consigo pigmentarlos a veces, con la ayuda de alguna app. Porque soy tormenta pero no primitiva y, además de revolucionar el cielo, me adapto a los cambios; los impuestos y los que van llegando.
Doy gracias cada día por ser tormenta, por tener relámpagos con los que iluminar mi ruta y con los que descubrir el mundo bajo mis pies. Por tener voz y voto, con herramientas para hacerme escuchar, aunque algunas veces sean escandalosas. Por tener la fuerza para hacer temblar cimientos, porque como se suele decir, “torres más altas han caído” – y si no lo han hecho, “tiempo al tiempo”–.
Soy tormenta y avanzo guiada por las corrientes de aire. Pero encontrar la justa medida no es fácil, porque quiero más. Quiero dejar de ser solo tormenta para ser supercélula, y para transformarme necesito la ayuda de un viento huracanado. Soy tormenta ligera. Pesada en carga, aunque liviana en fuerza. Por eso ando buscando lo que todavía me falta. Así que habrá que ser también vela, para aprender a usar el viento necesario que me permita alcanzar el horizonte.
Solo sé que soy tormenta. Tormenta en busca de viento huracanado que desordene mis corrientes e intensifique mis cargas…
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