«La mitad del mundo tiene algo que decir, pero no puede; la otra mitad no tiene nada que decir, pero no calla» – Robert Lee Frost.
Lo que nunca te dije no fue nada que no pudiese pasar inadvertido. No, no fue aquello que te susurré entre latidos, ni esas verdades a medias disfrazadas de indiferencia. Lo que nunca te dije no es nada que me llene de vacíos, ni de huecos, ni de heridas que no cicatrizan.
Ni siquiera me ha dejado marcas, ni ataduras, ni ausencias, ni sosiego, ni consuelo. Lo que nunca te dije se componía solo de notas silenciosas; esas que mis labios nunca llegaron a interpretar; esas que tu ego nunca llegó a imaginar. No creas todo lo que te oigas decir y empieza a sospechar que son ciertas, las verdades de las que, aún ahora, reniegas.
¿Y porque no te lo dije? No lo sé, pero como nunca es tarde, te lo puedo contar ahora. Aunque ya carezca de sentido y de forma, prefiero que la carga sea tuya y poder caminar sin llevar el peso del silencio sobre mi espalda. Es conocido que el que calla otorga, y es que cuando no se tiene nada bueno que decir, es mejor no decir nada. Al fin y al cabo, cada uno es rey de sus silencios y esclavo de sus palabras. Con el tiempo se aprende a valorar los silencios y a infravalorar las palabras, porque los primeros son más sinceros que las segundas y el murmullo que generan, muchas veces, no permiten entender del todo el discurso que lanzamos con cada mirada.
Lo que nunca te dije se compone de una sola palabra. Una pregunta para la que sabía que nunca encontraría tu respuesta. ¿Y para que hacértela entonces, si tu elección ya estaba hecha? No fueron pocos los que pensaron que había perdido la lucha, que la debilidad carcomía a la otrora fortaleza que siempre hallaba. Pero como en las guerras no se atiende a razones, ¿para que formular preguntas y engendrar de nuevo la duda?
¿Por qué?
Fdo: Las que ya no buscan respuestas a preguntas para las que no obtuvieron ni silencios, ni palabras.
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