Querer vivir historias de cuento, encontrar historias con mucho cuento y, algunos cuentos, con mucha historia – #piccoli attimi
Menos cuento – le dijo Caperucita al lobo-. Se anudó de nuevo el lazo de su caperuza roja, acariciando con delicadeza su mentón, mientras sonreía descaradamente al reflejo de las gafas que la observaban desde la cama.
Y es que a esas alturas del cuento, Caperucita empezaba a estar harta de tantas falsas intenciones:
– ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!
– Sí, son para verte mejor hija mía
– ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
– Claro, son para oírte mejor…
– Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
– ¡¡Son para comerte mejor!!
Eso decía su lobo, que de feroz tenía solo los ojos, esos que se la comían con la mirada pero que no se atrevían a devorarla. Tenía la boca grande, sí, pero por ella solo se perdían palabras vacías de intenciones, porque hacía lo que no decía y decía lo que jamás haría. Ella, impaciente como era, todavía guardaba ese atisbo de esperanza para ver si su lobo alcanzaba a cumplir tales amenazas. Pero día tras día, las advertencias se repetían sin llegar a materializarse y Caperucita empezaba a hastiarse de tanta palabrería estéril.
No entendía su juego, ni porque se disfrazaba para poder verla todos los días. La buscaba en el bosque, la intimidaba con sus amenazas susurradas en la noche, y todas las mañanas, Caperucita se despertaba esperando que, ese día, pudiese cambiar el final del cuento.
Pero los cuentos son solo eso, cuentos, y los finales son siempre los mismos… Por eso preferimos las historias, especialmente aquellas narradas en primera persona, de las que desconocemos el final porque todavía las estamos escribiendo.
Y al igual que Caperucita, estamos cansadas de que nos cuenten cuentos. No queremos ser princesas, ni vivir historias edulcoradas. Nos gustan los virajes inesperados. Necesitamos que alguien se atreva a entrar sin preguntar y desordene todo nuestro mundo; que haga aflorar la parte más alocada, divertida y auténtica de esa Caperucita de cuento. Porque ya llevamos demasiado tiempo escuchando eso de “que viene el lobo, que viene el lobo”. Pues a ver si es verdad y se atreve a cumplir sus amenazas, porque las palabras se las lleva el viento, pero al final ni los más feroces son tan valientes como para poner en práctica eso de “venir para quedarse”. O a lo mejor es que jamás entendimos la moraleja de algunos cuentos.
No temas no saber interpretarlos, quizás tú también tiendes a ser de las de vivir historias y dejar los cuentos para otras. Todas crecemos queriendo vivir historias de cuento, para después saber que algunas tienen demasiado cuento y poca historia, pero hasta que encontremos esa “gran historia, sin cuentos”, siempre es bueno recordar que algunos cuentos fueron una gran historia.
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